Me acuerdo de mi primera vespa, una que nunca tuve, ¿Por qué la llamo mi primera vespa?, la cosa es así.
Cuando yo tenía 19 años, mi madre compró un aparcamiento al lado de donde vivíamos para que yo dejara mi coche, y esa plaza de parking también poseía un cuarto trastero, hasta que no pasaron un par de días yo no abrí esa puerta, ignoraba la sorpresa que allí dentro se escondía, en el momento que la abrí un escalofrío recorrió mi cuerpo, hay estaba, era una Vespa pk125, blanca, con sus defensas y todo, no me lo podía creer, no era un modelo que a mi me gustara mucho, pero era una vespa, iba a decir adiós a mi Vespino Gran Lujo blanco y con cesta cromada delante (imaginaos el panorama cuando iba dando mis vueltitas por Tudela con la “pepino” GL, que vergüenza, bueno al fin y al cabo yo tenía moto y muchos no, así es que mi vergüenza era relativa, no se si me entendéis), hay estaba, esperando a que le pegara una patada a la palanca y oír su “pa pa pa pa pa ….”. Ni corto ni perezoso y sin pensarlo más le quité el caballete y la saqué al garaje, lo de darle una patada y oír su “pa pa pa”, fue un espejismo, tuve que darle por lo menos 20 veces, al final tuve que tirarme cuesta abajo al otro piso del parking, justo al final de la rampa es cuando arranco, menos mal, pensé que tendría que subirla a empujón. Una nube de humo se apoderó durante unos segundos, que digo segundos, minutos, de tantos intentos fallidos de arrancarla estaba ahogada, no sabía que ese olor a aceitillo me acompañaría hoy en día y que tan bueno me sabría.
Llegué a casa corriendo a agradecerle a mi madre lo que había hecho por mí, una plaza de parking y una vespa, ¿que más podía pedir?, recuerdo que subí las escaleras corriendo porque no podía esperar al ascensor, era un octavo piso con entreplanta, vaya, como un noveno, y cuando llegué arriba no podía ni hablar del agotamiento físico que llevaba después de semejante escalada por esas retorcidas escaleras. Ya cuando pude recuperarme hablé con mi madre y en su cara solo pude ver una mirada de tristeza hacia mi, yo no lo entendía, yo estaba súper feliz con el regalazo, pero minutos más tarde y después de explicaciones que yo no quería entender me di cuenta de que esa lustrosa Vespa no era mía, si no de los antiguos dueños del parking, que aun no habían ido a cogerla, y claro a mis padres se les había olvidado decírmelo, a cambio y como compensación por el fracaso que suponía para mi tan semejante perdida, recibí de una gran tanda de besos exculpatorios que yo no quería recibir, por lo menos en ese momento de rabia, ahora doy lo que sea para volver a recibirlos.
Este es la historia de cómo un día creí que iba a salir del anonimato del Vespino para convertirme en un autentico vespero con la que iba a ser Mi “primera” Vespa.
Juan A. Melero
Cuando yo tenía 19 años, mi madre compró un aparcamiento al lado de donde vivíamos para que yo dejara mi coche, y esa plaza de parking también poseía un cuarto trastero, hasta que no pasaron un par de días yo no abrí esa puerta, ignoraba la sorpresa que allí dentro se escondía, en el momento que la abrí un escalofrío recorrió mi cuerpo, hay estaba, era una Vespa pk125, blanca, con sus defensas y todo, no me lo podía creer, no era un modelo que a mi me gustara mucho, pero era una vespa, iba a decir adiós a mi Vespino Gran Lujo blanco y con cesta cromada delante (imaginaos el panorama cuando iba dando mis vueltitas por Tudela con la “pepino” GL, que vergüenza, bueno al fin y al cabo yo tenía moto y muchos no, así es que mi vergüenza era relativa, no se si me entendéis), hay estaba, esperando a que le pegara una patada a la palanca y oír su “pa pa pa pa pa ….”. Ni corto ni perezoso y sin pensarlo más le quité el caballete y la saqué al garaje, lo de darle una patada y oír su “pa pa pa”, fue un espejismo, tuve que darle por lo menos 20 veces, al final tuve que tirarme cuesta abajo al otro piso del parking, justo al final de la rampa es cuando arranco, menos mal, pensé que tendría que subirla a empujón. Una nube de humo se apoderó durante unos segundos, que digo segundos, minutos, de tantos intentos fallidos de arrancarla estaba ahogada, no sabía que ese olor a aceitillo me acompañaría hoy en día y que tan bueno me sabría.
Llegué a casa corriendo a agradecerle a mi madre lo que había hecho por mí, una plaza de parking y una vespa, ¿que más podía pedir?, recuerdo que subí las escaleras corriendo porque no podía esperar al ascensor, era un octavo piso con entreplanta, vaya, como un noveno, y cuando llegué arriba no podía ni hablar del agotamiento físico que llevaba después de semejante escalada por esas retorcidas escaleras. Ya cuando pude recuperarme hablé con mi madre y en su cara solo pude ver una mirada de tristeza hacia mi, yo no lo entendía, yo estaba súper feliz con el regalazo, pero minutos más tarde y después de explicaciones que yo no quería entender me di cuenta de que esa lustrosa Vespa no era mía, si no de los antiguos dueños del parking, que aun no habían ido a cogerla, y claro a mis padres se les había olvidado decírmelo, a cambio y como compensación por el fracaso que suponía para mi tan semejante perdida, recibí de una gran tanda de besos exculpatorios que yo no quería recibir, por lo menos en ese momento de rabia, ahora doy lo que sea para volver a recibirlos.
Este es la historia de cómo un día creí que iba a salir del anonimato del Vespino para convertirme en un autentico vespero con la que iba a ser Mi “primera” Vespa.
Juan A. Melero
Pues mi primera vespa en realidad fué una px verde de juguete, que al apretar el sillín se enciende el faro, ja,ja,ja.
ResponderEliminarJoder, tu ya ibas por el buen camino desde peque.
ResponderEliminarNo, no, si me la regalaron hace unos años, ja,ja,ja.
ResponderEliminarjodo, esa es buena je je.
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